¡Recordar es Vivir!
Si los venezolanos están poniendo sus esperanzas en que las Fuerzas Armadas vendrán en auxilio del pueblo, les puedo decir con propiedad que se vayan bajando de esa nube, porque no es ahora que sufren de cobardía crónica. Que yo sepa y pueda dar fe, les tiembla el pulso desde hace – por lo menos – veinte años.
En noviembre de 1981, estando trabajando en los Estados Unidos, me llamaron del Consulado de Venezuela en la ciudad de New Orleáns, el más cercano a mi domicilio entonces, para asistir a una reunión con un coronel del ejército venezolano. Había sido yo referido por el Dr. Raymond Aguiar, uno de los abogados de los cuatro indiciados por la voladura de avión de Cubana de Aviación, hecho que ocurrió a varios kilómetros de las costas de Barbados el 6 de octubre de 1976, por el cual fueron acusados un cubano, un cubano-venezolano y dos venezolanos.
Al cabo de cuatro largos y tormentosos años, los cuatro indiciados habían sido declarados INOCENTES por el Consejo de Guerra Permanente de la ciudad de Caracas, sentencia que esperaba ser confirmada por la Corte Marcial, el equivalente al tribunal superior en lo militar. En dos platos, el gobierno venezolano no sabía cómo hacer para soltar a los reos ya encontrados inocentes – cuyos cargos habían sido retirados por el fiscal militar --, pues existía una impresionante presión por parte de Castro y por la opinión pública en general.
El gobierno de Venezuela requería de mí – tal y como se me dijo -- un “inmenso favor”: la producción de un documental en el cual se demostrara – más allá de toda duda – que los acusados eran inocentes y poder justificar así la decisión en primera instancia, la cual – también se me dijo – sería confirmada en todas sus partes por la Corte Marcial. Ese proyectado programa de una hora de duración, sería transmitido tanto en Venezuela como en varios países del mundo. Tendría yo luz verde para acceder a cuanto documento requeriría y, por supuesto, podría entrevistar a los indiciados – ya absueltos -- que estaban detenidos en el Cuartel San Carlos.
Bien. Una vez en el país comencé a cumplir con ese “favor” que el gobierno de Venezuela requería de mí. Me dirigí a una estación privada de televisión – que ahora está amenazada por el régimen del Sr. Chávez – en donde me facilitaron todo el material de apoyo que requería para llevar a cabo la post-producción del documental. Procedí a entrevistar a cuanto personaje tuvo algo que ver con el caso, así como a todos los abogados, incluyendo – por cierto -- al Dr. Asdrúbal Aguiar, quien para entonces – pavito él – se encontraba trabajando en el bufete de su primo Raymond.
Se me dijo que tenía que cumplir con el requisito (for the records) de solicitar permiso para la grabación dentro del Cuartel San Carlos, así que siguiendo un patrón que me entregaron en la Corte Marcial, introduje la carta al Señor Ministro de la Defensa en lo que sabía era una especie de “saludo a la bandera”.
Cuál sería mi sorpresa cuando el 14 de enero de 1982 recibí en mi domicilio el Oficio No. 0054, firmado por el General de Brigada del Ejército, Carlos G. Quintero Florido (Jefe del Estado Mayor), donde se me NEGABA la grabación dentro del recinto del Cuartel San Carlos, tal y como se puede constatar en el documento que he anexado en este “alerta”.
Yo no podía creer lo que estaba sucediendo. En un principio pensé que era un “vericueto” más, producido por aquella complicada red de “corre-corre” en la cual no había pedido que me dieran vela. Sin embargo, tenía ya casi tres meses en eso y llevaba invertido unos cuántos miles de dólares, que supuestamente se me retribuirían cuando el programa estuviera listo para su “comercialización” tanto en el exterior como dentro de Venezuela.
Todavía estaba yo un tanto perturbado por el oficio que en mis manos me había entregado un soldado del ejército, cuando sonó el teléfono de mi casa. Era el mismo coronel que me había pedido “el inmenso favor” allá, en la oficina consular de la tierra del Mardi Gras. Literalmente me lloraba por la otra línea, llamando a sus superiores – desde el “Comandante en Jefe” de entonces, para abajo – de cobardes. Me pidió mil disculpas. Me acuerdo que le dije, entre muchas cosas, que ya había invertido en aquella producción una pequeña fortuna y él se apresuró a garantizarme el pago por los gastos que hasta entonces había incurrido, y que si el gobierno no me lo pagaba, él – de su propio bolsillo – lo haría. Jamás supe del coronel.
En lo que salí de mi casa me di cuenta que habían dado órdenes para que me cerraran todas las puertas. El General de División, Elio García Barrios – Presidente de la Corte Marcial – quien siempre me recibía con abrazos y besos y con quien tantas horas pasé programando el documental frente a la jaula de unas leonas que él tenía en la Corte, ni me dejó pasar al edificio. Todavía estoy esperando que “alguien” me diga – OFICIALMENTE – qué fue lo que pasó.
Como me di inmediata cuenta de que me habían “bajado la santamaría”, supuse que lo único que me quedaba era seguir financiando el documental y comercializarlo de verdad, aunque faltaban las entrevistas más importantes, la de los cuatro indiciados.
¿Qué había pasado? Que el gobierno de la República de Venezuela (todavía no era “bolivariana”) junto a sus Fuerzas Armadas, todas, habían “arrugado” ante el discurso que Fidel Castro Ruz pronunciara desde la Plaza de La Revolución en La Habana, Cuba, donde textualmente dijo lo siguiente: “No caben aquí excusas ni pretextos de ninguna clase. Todo el mundo sabe que ellos fueron los autores del sabotaje, todo el mundo lo supo desde los primeros días y las pruebas eran irrebatibles; las autoridades venezolanas saben que están absolviendo a los culpables. Si son liberados en definitiva los autores de ese repugnante y monstruoso crimen, Cuba considerará a ese fiscal, a esos jueces y fundamentalmente al gobierno de Venezuela, como los responsables del monstruoso crimen cometido el 6 de octubre de 1976.”
¿Resultados? La – gloriosa – Corte Marcial determinó que “aquello” no era un “caso” militar y – luego de un “estudio” que le llevó un par de años -- le “rebotó” el muerto a la jurisdicción civil donde había todavía mayor falta de testosterona que en los “forjadores de libertades”… si es que eso era posible. Al cabo de los ONCE AÑOS sin una decisión, uno de los indiciados – Luis Posada Carriles -- (cumpliendo años de condena con una sentencia absolutoria encima) se “escapó” de su celda de “máxima seguridad” en la Penitenciaría de San Juan de los Morros y jamás se le vio el pelero. El Dr. Orlando Bosch fue absuelto un año después de la “fuga” de Posada y los dos venezolanos (los más pendejos de la partida), se tuvieron que calar cada uno 18 años de prisión.
Los diversos gobiernos (tanto adecos como copeyanos) que “pasaron por el caso”, le tenían tanto miedo a Castro como al Exilio. La solución más salomónica que encontraron -- luego de casi década y media de ruleteo jurídico – fue la de “dejar escapar” al cubano-venezolano, encontrar inocente al cubano-norteamericano y echarle los muertos – completicos -- a los dos criollos sin dolientes. A mí me pareció el acto de cobardía más insólito que país alguno haya cometido en la historia de las naciones soberanas del mundo libre.
¿Cómo terminó el asunto? Finalicé el documental (años después) con financiamiento propio. Intenté comercializarlo en la planta de televisión local pero JAMÁS me respondieron un sí o un no. Luego de 15 días llamando TODOS LOS DÍAS, me di cuenta que por ahí no iban los tiros. Agarré mi “lata” y la comercialicé – muy favorablemente – en los Estados Unidos. Posteriormente el documental fue transmitido en varios países de América. Luego de deducir los gastos de producción, doné la utilidad a la familia de uno de los indiciados que estaba pasando necesidades en Miami.
Como quedé con la espinita y no le pude contar bien la historia a mi pueblo venezolano, escribí lo que sería mi primer libro, “Los Generales de Castro”, en el cual aproveché el formato de “historia novelada” para contar la verdadera historia de quién, cómo y por qué se voló el DC-8 de Cubana de Aviación aquel funesto 6 de octubre de 1976, cuando mi hija mayor – quien hoy está a punto de convertirse en “comunicadora social” de la república, por ahora, bolivariana – apenas tenía días de nacida. El libro fue distribuido entonces por “Mercalibros”, quien planificó una estupenda campaña publicitaria en televisión y en el “Diario de Caracas”. Bastó una pedidita de “alguien” para que abandonaran el proyecto de distribución de mi libro, el cual – considerando lo poco que lee el pueblo venezolano – terminó siendo exitoso y llegó a estar, de acuerdo a la lista de Las Novedades, entre los 5 libros mejores vendidos de entonces. Hoy, las empresas sobrevivientes de aquellos propietarios (tanto de “Mercalibros” como de “El Diario de Caracas”), están siendo amenazadas por el mismo cáncer que humilló al pueblo venezolano hace hoy unos 23 años. Cuando los vi ayer en la televisión, apurados y preocupados, pensé que era buena hora de producir mi propio “Recordar es Vivir”. “Yo te lo advertí con tiempo y no me quisiste creer y ayer te vi en el exilio, hablando mal de Fidel…”
Cuando en 1985 terminé el libro “Los Generales de Castro” se me hizo prácticamente imposible conseguir quien me escribiera el prólogo. Al final mi querido y recordado hermano -- Francisco Chao Hermidas -- se ofreció a hacerlo, solo que murió antes, producto de un fulminante ataque cardíaco sobre el escritorio de su oficina en el Bloque de Armas. Terminé yo mismo escribiendo el prólogo, el cual concluí con estas proféticas palabras: “El poder judicial y político venezolano está, tal vez sin saberlo, construyendo una bomba más poderosa y peligrosa que la que explotó en el avión de Cubana de Aviación el 6 de octubre de 1976”… y eso que no soy “palero”, como podría pensar “el que te conté”.
Pero todavía hay más. Veinte años después, en 1996, me fui con la “latica” – una vez más – a la planta de televisión venezolana (hoy – como ya dije -- amenazada de muerte por el CASTRO-COMUNISMO INTERNACIONAL) que me había donado el material de apoyo para mi documental. Le propuse que como un documento histórico inmensamente interesante, lanzaran al aire aquel documental que comenzó como un “inmenso favor” al gobierno venezolano que regía nuestro destino en 1980. Tampoco. Luego de llamar todos los días por 15 días, me di cuenta que por ahí no irían los tiros.
Como diría “Chivo Negro”, uno de los que “evaluaría” el programa 20 años más tarde: “Así son las cosas…”
El Hatillo a los 21 días del mes de enero de 2003
(Pongo la fecha para que después no digan…)